Friday, February 23, 2007

El Espejo

16 de Febrero de 2007

M, la mamá de Emilia, hace mucho tiempo que no se mira al espejo.
Cuando llega la noche, con una sonrisa cierra los ojos, abraza la almohada y recuerda cada momento del día satisfecha. Pero en sus pensamientos, no se puede ver. No puede hacer memoria de su cara, de su peinado, de si estaba rozagante o pálida, si lucía fresca o fatigada. Entonces abre los ojos y le pregunta a L (el padre de Emilia): ¿Cómo me veía hoy? Y L contesta entre sueños: guapísima como siempre.
Lo cierto es que M hace mucho tiempo que no se mira en el espejo porque Emilia tiene su mirada cautiva. Tampoco se concentra en la computadora mientras trabaja, pues de reojo persigue a Emilia que juega en el suelo de panza y como un reptil va en busca de lo desconocido, o recorre cada rincón de la oficina en su andadera (cómo le enseñó el abuelo), abriendo cajones, jalando cables y arriesgando su cabeza al pasar por debajo de las mesas que tienen unas molduras muy elegantes pero peligrosas. M ya no ve al cielo, ni al mar, porque observa pestañear a Emilia cuando el viento acaricia su cara o el sol la deslumbra; la ve encoger los dedos de los pies para no sentir la arena o tocar con precaución el pasto con su manita. M ya no se mira al espejo porque a un lado de su reflejo hay uno mucho más hermoso, una niña sonriente que dialoga con esa reverberación que le enseña las encías, frunce la nariz y guiña los ojos.

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